Por: MSSB
-Papá Belisario, ¿qué es
guaricandilla?
-¡¡¡PUTA!!!
Esto me lo contó el hombre que
tiene, en cada uno de sus antebrazos, un pedazo de platino, o al menos es lo
que decía y, para disipar las dudas, de tanto en tanto, por si las moscas, ponía
sobre su metálica piel cualquier palma y dedos ajenos, porque más de una vez lo
habían tildado de esa palabra que él ni siquiera conocía el significado:
mitómano. Como sea, él me contó y le creí, que a quien habrían de apodar, en un
futuro no muy lejano, ¨El Malo¨, un
tipo que aborrecía el jolgorio, detestaba la algarabía, abominaba las risas de
las gentes e incluso el compartir con ellas espacios abiertos o cerrados, tuvo
que ir obligado, como tantos otros, a ese país del norte del que algunos
regresan ¨alzados¨ e insoportables y
otros ya ni se molestan en volver, por no recordar a quienes ni llegan. Sin
embargo, ¨El Malo¨, según el
testimonio de mi informante, podía ir y venir cuando le roncaba la gana, pues
era de los afortunados que poseían uno de esos infaustos permisos para entrar y
salir de la tierra de la diz-que
libertad en cualquier momento mientras el bolsillo no se achique. Me dijo
además que las finanzas de ¨El Malo¨,
apenas pisado la Roosevelt, dieron un
vuelco que hizo que todos los ojos de su familia volvieran sobre él, tan
despreciado, maldecido, sucio y harapiento que salió, casi huyendo, de su
patria. Un vuelco que enseguida le hizo olvidar la espantosa chacra que cruzó,
la desértica arena en sus ojos, el sabor de sus orines para no morir
deshidratado e incluso esa agua babosa del abrevadero vacuno que en una soleada
tarde de desespero bebió sin otra alternativa, ahí, alado de una casucha en
medio de la nada, en uno de esos estados fronterizos donde el más macho suspira.
Un vuelco económico que el Estado, padrastro de todos, contempló aliviado, pues
¨El Malo¨ y quienes se beneficiaban
de sus remesas dejaron de ser un efecto colateral de políticas neoliberales de
antaño, aunque quizá siempre fueron vagos, sí, es más fácil convencerse de
ello. Su ancha y desfigurada nariz, altísimo porte, cuantiosos ingresos e
inglés con acento andino terminaron por convertirlo en un popular personaje paisano
por plazas públicas del país del norte, me dijo el mitómano.
Esto también me contó el hombre
de los platinos, que ¨El Malo¨,
cuando ya era ¨legal¨ -supo a qué
leguleyo acudir- estableció una pequeña empresa dedicada al arreglo de las
casotas de los gringos -tan cómodos
ellos que a diferencia nuestra pagan para la tarde a alguien que les arregle la
boquilla que se descompuso en la mañana-, factoría a su mando que curiosamente
contrataba exclusivamente a ¨ilegales¨
para sus faenas. Mi relator trabajaba para ¨El
Malo¨, pintando, porque sus abollados brazos, producto de una escaramuza callejera,
le brindaron, contra todo pronóstico, notoria habilidad con la brocha, además
de que la mano hispana e ¨ilegal¨ se
limitaba a extendidas y cansadas labores físicas, de hecho, qué más podría
hacer un triste y solitario ecuatoriano sino someterse a la malicia de sus
compatriotas de doble nacionalidad. Cierto día, prosigue, en que una pared daba
problemas de empaste, ¨El Malo¨ metió
a la casa, a toda prisa, a un hombre joven, famélico, casi moribundo, recién
pasado por el hueco. Cualquiera que los hubiese visto juntos apostaba a su
madre que no tenían ningún lazo sanguíneo, hubiera perdido a su vieja: el hombrecillo famélico y ¨El Malo¨ eran primos hermanos. Varios
son los recuerdos del bozalón junto al par de primos. Una vez fueron a un bar
donde atendían caribeñas de todo el continente y gringas de las más desafortunadas, un lugar donde con cada copa se
disolvía la castidad y se eructaba lujuria y concupiscencia, donde la propina
no se daba solamente por servir tragos. Él mismo había visto a los primos entrar,
por turnos, con la misma mujer a aquella habitación de intermitentes luces
rojas y espejos retorcidos. Y después los vio gozarse del momento y de su
hazaña. Vaya que la empresa de ¨El Malo¨,
los brazos del hombre platino y la habilidad para el bricolaje del muchacho
facturaban en tierras angloparlantes.
Esto, como era de esperarse,
también me lo contó él mismo. Luego de que la madre de ¨La Guaricandilla¨, vaya Dios a saber por qué razones, saltó del
puente que se levantaba imponente sobre una acequia de filosas rocas, ella,
niña inocente todavía, quedó al encargo del hermano de su padre, Belisario,
quien no tenía reparos en demostrar a su sobrina, ora sus amores, ora su rabia
acumulada. Así creció ¨La Guaricandilla¨
entre las nalgadas y las braguetas de Belisario, hombre que a pesar de sus
ataques de iracunda pasión era un buen sujeto, jamás le hizo faltar ni el pan
de cada día, ni la colada de cada noche. Cuando joven era vigoroso trabajador
del ingenio azucarero, ese con nombre de estrella que tiene historia
sangrienta, hasta que una negligencia laboral, de la pocas reconocidas allí,
una encolerizada borrachera de un capataz de ¨El Bombita¨ que le machucó con su oz a propósito, lo dejó sin los
dedos de su diestra. Si bien la pensión a la que se hizo acreedor de por vida
no le avanzaba para mantenerse -él y su sobrina-, se buscaba en la baraja las
cuentas para salir ¨tablas¨, vaya
destreza de Belisario, apostar, jugar y ganar el Rumi y el Cuarenta con solo
cinco dedos. De los entornos de la juerga, Belisario conocía a su gran amigo,
compañero azucarero también, ¨El Zorro¨,
que era ¨coyote¨ -término, según mi
informante, referido a transportistas de personas- y a quien en determinado
instante le pareció buena idea presentarle a su sobrina, sin saber que aquella
decisión le haría estremecer el tuétano y arrepentirse por el resto de su vida.
Y así fue. No siendo amor a primera vista, ¨La
Guaricandilla¨ al percatarse del morbo con el que ¨El Zorro¨ la miraba aceptó la cuasi insinuación que este le hizo.
Belisario, en un principio, sintió orgullo de sí, pues, como gran estratega que
era, se festejaba cada triunfo; de este modo, la primera parte del plan estaba
completada, no quedaba más que ¨El Zorro¨
se le lleve a la sobrina para el ¨otro
lado¨ y así liberarse de ella para siempre. Y otra vez, así fue. Belisario
no pudo contener las lágrimas de felicidad cuando vio a ¨La Guaricandilla¨ empacar sus paupérrimas pertenencias, escupirle
en el rostro, bofetearlo con ganas, clavarle las uñas y azotarle la puerta.
Esto, asimismo, me contó quien
llevaba mascullados los brazos. A mitad del trayecto, en uno de esos países del
centro, ¨El Zorro¨ reflexionaba su
disparata, alocada y precipitada acción de traerse a la muchacha consigo, si él
no iba a quedarse en el país del norte, si no la quería y, para colmo, ya la
había usado tantas veces que el deseo se evaporó como coyote que persigue su
presa. Una vez este cúmulo de pensamientos acudieron a su mente, ¨El Zorro¨ que no figuraba como
caballero cortés ni delicado, trató por el resto del periplo a la pobre ¨Guaricandilla¨ como el pastún al
hazara, el nazi al judío, el judío al palestino; ella, que ya estaba
acostumbrada a tratos medievales, se contentó con la idea de que en algo como
un mes caminaría por avenidas gigantescas y vería rascacielos infinitos.
Esto, de la misma manera, contome
el aedo contemporáneo. He aquí por qué ¨El
Malo¨ hubo de ser apodado ¨El Malo¨
y ¨La Guaricandilla¨, ¨Guaricandilla¨. En una de sus andanzas,
el trío compuesto por ¨El Malo¨, su
primo y el hombre que lleva platino descubrieron, en uno de esos bares que no
eran más que lupanares camuflados, un montón de muchachitas nuevas, entre ellas
a ¨La Guaricandilla¨. El primo, dispuesto
a llevársela a la pieza, pues una coterránea le excitaba de sobremanera, sintió
que ¨El Malo¨ lo agarró del hombro y
le pidió respeto al menos por compartir una inmensa deuda externa y un intenso
bagaje cultural. ¨El Malo¨ que no era
tonto, pero sí enamoradizo acercose a la manceba y así, al despiste, propúsole
ayudarla y sacarla de esa peculiarísima condición. Todo este escenario
resultaba, en efecto, surrealista, pero se debe considerar que es el país del
norte, donde lo imposible acaece, donde la vida se muestra no apta para los
ordinarios, ni para los sorprendidos. ¨La
Guaricandilla¨ que cabía perfectamente dentro de la definición: tonta-viva
aceptó, con sutil humildad, el vulgar palabrerío, ¨Conmigo vivirás como reina, mi ´amors´ -porque así lo pronunciaba-.
Nunca más tendrás que trabajar, mi ´amors´, lo que usted me diga se hará
reinita mía¨. La chica que, por su naturaleza, de la que por cierto el
responsable era su tío Belisario, estaba dispuesta a venderse por sobrevivir o,
en este caso, por establecerse como una respetable señora en tierras impropias aceptó
términos y condiciones de ¨El Malo¨. Vivieron
felices varios meses, ella totalmente agradecida hacia él, no era más que una
esposa, sin anillo, de manual: sumisa, callada, obediente, entregada en alma y
sobre todo en cuerpo pese a la mala catadura de su pareja. Era tan buena mujer
que les hacía de comer no solo a ¨El
Malo¨, también a su primo y a quien me contó esta historia. Todos los días
el primo y el hombre de los platinos degustaban comida casera preparada por las
suaves y emperifolladas manos de ¨La
Guaricandilla¨. Creo que fue por noviembre, luego del Día de Acción de
Gracias, dice mi testigo, que el primo de ¨El
Malo¨ cayó enfermo y no pudo ir a las casas de los gringos algunos días. ¨El
Malo¨ que todavía no era malo sino bonachón, preocupado por la situación de
su primo, mandó a otro de sus empleados a cerciorarse que no le pase ni le
falte nada. El empleado, que era un cañarejo astuto, no dudó en avisarle a ¨El Malo¨, con cierta malicia, que su primo no estaba en casa y que no
había seña alguna de enfermedad, lo que llamó su atención, pero no le brindó
mayor importancia, dado que ese día era un día importante, le propondría
casamiento a ¨La Guaricandilla¨, para
que ella arregle su situación en ese país y para que finalmente se hagan llamar
marido y mujer como Dios manda. Ilusionado con esta idea, ¨El Malo¨ fue a casa temprano, ojalá nunca lo hubiese hecho, trágica
escena que halló: su primo y su mujer desnudos entre sus sábanas, riendo
mientras a besos se atragantaban. Algo cambió para siempre dentro de él. Él que
jamás fue celoso, él que ayudó sin interés al traidor de su primo y a la impura
mujer que en su delante y en su alcoba le fallaron, lo hirieron de muerte. Ni
siquiera les dejó levantarse de la cama. Llamó a esos uniformados que se
encargan de los ¨ilegales¨: ¨la migra¨. Los denunció. Llegaron al
instante. Se los llevaron. El primo le juró la muerte si se le ocurría regresar
al país de la línea ecuatorial. Ya habrá de imaginarse la de chismes que se
armaron, las desviaciones de la realidad y las especulaciones de la comunidad
hispana. Por eso ¨El Malo¨ es malo,
por la senda magnitud de su castigo y por eso ¨La Guaricandilla¨…
Lo más grave de todo, finaliza el
hombre que llevaba un pedazo de platino en cada uno de sus antebrazos, es que
cuando la deportación tuvo lugar, ¨La
Guaricandilla¨ ya estaba en cinta del primo de nuestro querido ¨Malo¨; al parecer este descubrió muy
tarde la infidelidad de su amor. ¿Y a dónde llegó la pobre mujer con las
entrañas repletas? Adonde Belisario, claro está. Ahhh, el viejo Belisario, cómo
le pegó a su sobrina, no le importó su preñez, quizá por eso el niño nació
medio cojo. El primo nunca apareció, dicho mejor: desapareció. Cuando el niño
todavía era de brazos, ¨La Guaricandilla¨,
vaya Dios a saber por qué razones, saltó del puente que se levantaba imponente
sobre una acequia de filosas rocas, tal cual su madre. Cuando el niño, ya maltoncito, no dejaba de preguntar a
papá Belisario las razones por las que todo el barrio le decía ¨Mira, ve, ´ay´ viene el hijo de La
Guaricandilla¨. Nótese que los chismes transoceánicos viajan más rápido que
remesa en fin de mes.
Así es. Todo esto me lo contó el
hombre de los platinos, a la par que afinaba detalles para su tercera ida al
país del norte en caravana con el ¨El
Zorro¨.