Por: MSSB
Ratas
Todas las noches, el desesperado
mancebo escucha arañazos, raspaduras, suaves pisadas, mordiscos, chillidos
diminutos en algún recóndito lugar de su hogar. ¡Oh, desordenada casa! ¡Cuántas
cosas no sucedieron entre sus paredes, entre sus techos, en sus pisos! Durante
el día, el sonido de los roedores se evapora como la tinta del pergamino celada
por un Cryptex; pero llegado el ocaso, las ratas abandonan sus escondites y
empiezan el infausto bullicio que atormenta la delicada psique del muchacho. Lo
peor del caso es que ni él mismo las ha visto, simplemente las imagina:
asquerosas, grandes, negras, peludas, gordas. Asimismo, solo él las puede
escuchar. Con cada cenit sus ojos se tiñen de un cegador rojo y se predispone,
pese a estar en casa, a sufrir con cada arañazo, raspadura, pisada, mordisco,
chillido…
Oscuridad
He sido maldecido con la
capacidad de ver en las sombras, de adivinar las tinieblas, de palpar las
nebulosas, de dormir despierto. ¿Qué es aquella figura dislocada que me
observa, burlesca, desde el tumbado de la habitación? ¿Por qué pasea por el
estuco como araña posesa, retorciéndose, de tanto en tanto, y girando por todas
direcciones, en repetidas ocasiones, ese bulto que se asemeja a una cabeza?
¿Cuándo has entrado a mis aposentos, oh maldito humanoide perverso? ¡Deja ya
esa risa de diantre! ¡Vete, húndete en la lobreguez de la madrugada! ¡Abandona,
por siempre, la ruina de esta pieza resquebrajada, atestada por la vil
existencia maltrecha de la que soy víctima perpetua!
¿Mande?
Juan Atampam, de rodillas, con la espalda desnuda y en carne viva
por los terribles fustazos que desollaban su piel morena, repetía furibundo,
colérico, visceral y luego arrepentido: ¨Mande, mande, mande¨ cuando el patrón,
nunca supo si criollo o mestizo, había de latiguearlo para sembrar en su
memoria, a través de aquella maldita palabra, la sumisión y completa obediencia
a un superior. Tales gritos y
tremendo escarmiento sirvieron de ejemplar muestra para el resto. A partir de
ese momento, hubo, el malnacido ¨mande¨, de quedarse por siempre en los labios
de sus semejantes, -no importa si blancos o negros- compañeros de colonia. Juan Atampam todavía grita despavorido
en algún campo funesto al escuchar, temblando, semejante prueba de que el patrón
sigue y seguirá mandando.
Creador
Veo una triste tumba tenebrosa en
medio de una sala apenas iluminada por pálidas luces blanquecinas que se
debilitan a cada minuto que transcurre en su ausencia. Encuentro lloros
repartidos por todos los rincones y gimoteos de la viuda todavía incrédula por
la sorprendente noticia que dejó helado su palpitar. Río, puertas adentro,
sobre su caja, último lugar en el que reposará, aquel hombre, por los siglos de
los siglos, amén. Ahora, ahora es mi turno.