Por: MSSB (abril, 2024).
Nadie había notado que
Julio Perepe había desaparecido hasta que su famélico cuerpo entró en estado de
putrefacción y, aunque muy mal enterrado bastante lejos de la plaza central,
escandalizó con su miserable olor a la clase más acaudalada, pues: ¨Apercibía incluso peor que cuando vivía¨,
decían. Perfume de muertos que se adhirió y percudió en cada grieta, en cada pared,
en cada rincón, en cada fino terno de casimir y aterciopelado sombrero, en cada
inconsciencia, en todas y cada una de las miradas de los moradores de la
antiquísima urbe, quienes aprendieron a sobrellevar la hediondez, tanto que
convivieron, aprendieron e incluso desarrollaron un extraño y exquisito gusto
por la pestilencia de su querida ciudad, por la fetidez de su singularísimo disimulo.
En determinada, como
Julio Perepe, cholo mitayo, no fue encontrado, ni sepultado ¿quién habría de rezarle al pobre
diablo? Si toda la comarca bien sabía que: ¨Rezar
un ´Padre Nuestro´ por el indio muerto da mal aire¨.
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