Por: Dr. Pedro Martínez
Vicerrector Investigación UCACUE
¿Acaso se recogen uvas de los espinos e higos de los abrojos? Por sus
obras los conoceréis (Mt. 7: 15-20).
Conozco a Mateo únicamente por sus
letras. Ergo escribo, metafóricamente, por sus manos. Ante mí un relajo, que no
holganza, ramas agitadas por el fresco de la mañana cuencana, unas altas, otras
bajas y las menos medianas… alboroto frente a mí con una presunción propia de
otro Silva, un tal Medardo Ángel, otrora maldito escritor ecuatoriano. Tal es
la inspiración que me recuerda lo que leo, Mateo, rarezas que encuentran ante
ustedes. En este texto que se desvanece entre mis manos como mango, por lo exquisito
y al tiempo escurridizo, me topo en primera instancia con 58 aportaciones no
inéditas, puesto que nos encontramos ante una compilación del propio autor
publicada en La Tribuna Internacional La Clave Cuenca donde se alternan “Relatos”,
algunos de mil palabras de mordaz audacia, pero también crónicas y 26
microrrelatos. La temática religiosa parece obsesionar procazmente al autor.
También se deja entrever su preocupación por la escuela, la democracia y la identidad
cultural.
De esta primera parte, he
destacado estas impresiones o, mejor dicho, impregnaciones, fruto de la voraz
lectura con la que se debe acometer la obra. Con el frenesí de la escritura automática
cabalgué por relatos y crónicas y quise escribir: Expresionismo dulce, trae
junto a nos la misma cara de la muerte. Nos coloca frente a lo deletéreo de lo
material, de las mismas cosas cotidianas y de lo inmaterial: el amor. Nos hace
comprender la futilidad de la existencia. Y otra vez lo agridulce, lo tierno y
lo violento se fusionan en una sinfonía de tragedia viviente, los gatos tuertos
de Poe o los inocentes felinos de su propia vida, pero siempre la muerte, sorpresiva,
impávida y hasta ridícula. Surrealismo vestido de un lenguaje descriptivo
epatante. La vejez recurrente y lo fastidioso de lo cotidiano. Apocalipsis now
traído a colación a propósito de una “cleptocrácica”, en palabras del autor,
sociedad o, mejor dicho, suciedad. Los miedos primigenios de ratas y
obscuridad. El autor cuenta: He sido maldecido con la capacidad de ver en las
sombras, de adivinar las tinieblas, de palpar las nebulosas, de dormir
despierto. ¿Qué es aquella figura dislocada que me observa, burlesca, desde el
tumbado de la habitación? ¿Por qué pasea por el estuco como araña posesa, retorciéndose,
de tanto en tanto, y girando por todas direcciones, en repetidas ocasiones, ese
bulto que se asemeja a una cabeza? ¿Cuándo has entrado a mis aposentos, oh maldito
humanoide perverso? ¡Deja ya esa risa de diantre! Bulto que se asemeja a una
cabeza, cabeza borradora. Me encantó la ironía de génesis, desestructura cualquier
arquitectura hacedora del universo. La trinidad convertida en maléfica
bendición acogotadora del espíritu. Recuerda a la escritora ecuatoriana María
Fernanda Ampuero. Delata el más casposo “curuchupismo” cuencano en su esplendor
obsceno. Dice el autor “la sucia agua compuesta de lágrimas”. Pone en liza los
secretos de confesionario hechos ahora, secretos de alcoba. Nos recuerda que
los escrúpulos están botados por el piso y pisoteados.
Y otra vez nos eleva: Sentían los
cinco, esa unida familia, como la tierra rugía bajo sus pies descalzos y
maltratados por los pasos de la vida. Miráronse, pobres diablos, el uno al
otro; la otra a la una; el uno a la otra; la otra al uno y entre mordiscos y
masticadas fueron desvaneciéndose halados por el espantoso alud que sobre sus
cabezas posó arrogante para después dejar caer la rabia de la naturaleza sobre
su insignificante existencia. Recibieron el embate del aluvión como todos los
demás golpes que el perverso azar les había propinado: de pie, firmes,
valientes. Y nos hace caer así al hablar del amor. El sarcasmo, la dureza, la
cruda realidad política y cotidiana “lustros y calamidades como las descritas
han transitado sin que la cruz se mueva”. Y sigue: No fue hasta que uno de los
tataranietos de la abuela, el diablillo no bautizado, apenas rozó la estatuilla
familiar y esta se descolocó por completo. Nunca nadie pudo devolverla a su
sitio original. Sonaba, de fondo, cuando la insignia fue movida de sus
cimientos, este coro: ¨Nunca podré saber si la cruz es salvación¨.
La conexión perversa de Abraham, las
mañas de antaño y el hoy más fervoroso. Llamar loco de las tablas a Moisés, una
genialidad para la más absoluta revelación esquizofrénica. Mateo pone el acento
de la duda en lo más sagrado. Las fallas del libre albedrío y la condena de satán.
Las trompetas del triunfo nietzscheniano paradójicamente automutilado. Muñecos
de papel y cartón, pupilos del “sistema” educativo. Los siglos pasan en la
Escuela sin desperezarse. La escuela aturdida y embotada. De lechones a cerdos,
la muy variada morfología conductual del marrano, de lo político, de lo
corrupto. Descripción prolija de lo baboso y enrabietado de las fuerzas del
orden. Cotidianeidad ecuatoriana de perros callejeros, mercados, etc. Carnaval,
golosinas, pasacalles, niños, coloquialismos por doquier que resultan
imprescindibles.
Y llegó Juan Atampam miraba
estupefacto, junto a Wiracocha, que, aunque ¿Quí ti pasa, majaderu? Rrispeta,
bubote, quí mi vienes a estarr rrumpiendo mi poncho. Cumu mi ves cumunero, piensas
acasu que suy cujudo. Pero por mi esque vos puedes trragarr huambra adefesiu, Pléyade
adjetivos en el “inusual juego kurdo”.
La segunda parte de la obra se
inaugura entre poesía y prosa poética, de rima asonante o rima libre con ritmo,
sin musicalidad, pero ordenada. Búsqueda constante del primer grito ancestral.
Al final unas pinceladas, que nos dejan con ganas de más. Vuelve el paganismo y
la visión nietzscheniana de la sociedad que al terminar de leer se antoja más
que necesaria e inexorable para entender la impronta del autor.
En otra ocasión les hablaré de las sensaciones que me produjo el texto la segunda vez que lo caté.
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