miércoles, 7 de agosto de 2024

COMO NOVIA DE PUEBLO

 

Por: MSSB


No se sabe a ciencia cierta, porque hasta las ciencias tienen sus incógnitas, por qué nadie en la cuadra creía que ¨El Morochero¨ había comprado la casa esquinera en efectivo, sin cuotas, ni entradas, de golpe: diciendo y haciendo. Quizá ni él mismo lo creía puesto que ¨ay se dan parejitas las viejas chismetes diciendo que uno es una especie de lugarteniente, porque no llevo buen apellido, ni piel blanca, que qué voy yo pues a ser el dueño de semejante residencia, como dicen esas viejas fisgonas. Ah, pero tengo harta plata, más de la que ellas ostentan, hasta como para componerle las emociones a la hija menor de la vieja más escueta, la huambra esa metida en carnes, pálida y desabrida, a la que el hijo de mi compadre la dejó plantada, como inútil acacia, en el altar de esa iglesia a la que solo van los ricos¨.

No se puede omitir el detalle de la desazón, el desencanto y el morbo que esta noticia generó en toda la cuadra de esa gente de ¨sociedad¨. Los rumores de que un cholo de nombre Miguel, hijo de un mulato llamado Manuel, allegado de ¨fulano de tal¨ que parecía que iba a comprar la casa de don Camilo, puesto que ya la visitaba en reiteradas ocasiones; estos rumores que Miguel le dejó con los churos hechos a la última y regordeta hija de la señorita Martina causaron muchísima impresión y agitación, al punto que la infeliz y joven mujer temía ser vista dadas las graves acusaciones que en sus anchos hombros recaían. Simplemente no tenía perdón, ni por haberse enamorado del cholo Miguel, ni por desobedecer a su madre y hacerse de compromiso con ese pobre diablo, peor por permitirse tal humillación: que la dejen con el ramo en las manos y la permanente intacta. Estas múltiples ofensas constituían lo que en su predeterminado y refinadísimo sociolecto llamaban: una gravísima traición de clase.

No se debe olvidar el dizque poema con el que Miguel cautivó a la hija de la señorita Martina, versos que los hizo en una noche y de tirón cuando se propuso demostrar a su padre que él era capaz de enamorar a una de esas mujeres de las que Manuel, un segurata de empresa pública que cumplía con devoción sus funciones, con tanta dicha hablaba y se refería. ¨Si vieras Miguel como se peinan, como hablan, las telas que llevan, el olor que tienen, el labial rojísimo que se ponen; si vieras Miguel¨. Y el Miguel, cierta vez que su taita hubo de dejar en casa la herramienta indispensable para su trabajo: el garrote, que servía para repeler los muy injustísimos reclamos de la gente, encontrose con una parodia perfecta de la imagen de mujer a la que su padre tanto rendía pleitesía: la hija de quien hacía las veces de jefa y mandamás, la señorita Martina. Habláronse, conociéronse. En la segunda oportunidad entregole el ¨poema¨. A la tercera propúsole casamiento. Todo indicaba que esta muchacha era novel en los romances o que su físico no cabía en los cánones de su estrato y que, por ende, le tocaba contentarse con lo que le toque en lugar de escoger príncipe y principado, tal cual lo hacían sus hermanas, familiares, amigas y círculo más o menos, más menos que más, cercano.

No se debe dejar pasar el altísimo nivel literario de Miguel, ante el cual, la hija de la señorita Martina sucumbió:

Al verte no sé qué me pasa

siento mi cabeza estallar

eres tan bonita y dulce

que me enamoras cada día más y más.

Eres una princesa

y yo un pelafustán,

amor incondicional te ofrezco,

amada mía, reina de mi paz. 

 

No se conoce el tiempo exacto que la última y regordeta hija de la señorita Martina sufrió el desamor de Miguel acompañado de las injurias de los suyos, pero fue algo así como un mes, veinte días, diez y nueve horas y dieciocho minutos hasta que alguien de la cuadra se percató que, ciertamente, el ¨fulano de tal¨, que tenía por oficio la venta ambulante de morochos, le compró, mismamente, la casa a don Camilo. Entonces la atención cambió de foco y las pesquisas se centraron en ¨El Morochero¨, quien había comprado la casa esquinera, fruto del arduo trabajo, o no.     

 

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