lunes, 29 de julio de 2024

LOS PERROS DE ORWELL

 

Fuente: EL PAÍS

Por: MSSB

El presente texto data de junio de 2022 cuando una oleada de protestas tuvo lugar en Ecuador; sin embargo, rescatamos, modificamos y contextualizamos este escrito a la realidad venezolana de la actual y triste coyuntura. Cabe dilucidar, también, para dar por sentado, a fin que se eviten malas interpretaciones ideológicas, que la derecha ni para rascarse, ni para nada. En tanto al otro bando:

La revolución termina cuando triunfa, cuando llega al poder; pues una vez se instala, se corrompe e irremediablemente hay que combatirla, sí, con otra revolución. Por ello, la revolución, por su propia naturaleza, es un eterno e infinito círculo. Los que nos consideramos revolucionarios hemos de saber que siempre perderemos. 

Con este llamado ¨preámbulo¨, a continuación las líneas que enmarcan esta proclama.

 ¡Salud y República!

***


No es necesario aclarar la obvia referencia hallada en el título de este breve, pero rabioso manifiesto; aunque dudo que esa dizque gente, los nunca antes mejor dicho: uniformados, logren captar el mensaje.

Por ahí andan, perros de todas las razas, tamaños y pelaje, aguantando soles, lluvias bajo sus pesados, malolientes y lucios cascos, artefactos que no les permiten pensar. Por ahí andan, perros de hocicos pestilentes, duros garrotes y lustradas pezuñas, inflando sus gordos mofletes cada vez que tras una presa acuden. Por ahí andan, canes amaestrados sin criterio, sin sesos, mostrando los afilados caninos a tantos inermes transitan por su lado. Por ahí andan, algunos de ustedes, galopando, pero a esas alturas ya no se sabe si la bestia es la que anda en cuatro patas o la que monta. Otros perros van, de a dos, sobre un motor que parece desfallecer por sus pesadas lanas y que les sirve como medio de perfecta intimidación y represión. Por ahí andan, perros galardonados, bien remunerados, bien alimentados, bien equipados, prestos para perseguir, a toda prisa, y morder al que le toque. Por ahí andan, perros salvajes, presumiendo sus agallas frente a unos cuantos protestantes del común; por ahí andan, perros sumisos, con los que ya sabemos temblando ante los verdaderos terroristas de cuello blanco y pantalones caídos. Por ahí andan, jauría de abusivos; bárbaros; corruptos; déspotas; enérgicos; fascistas; gamberros; hirientes; inicuos; jodones; kilométricos lambones; maliciosos; narcisistas; ñiquiñaques; opresores; plastas; quejosos; rabiosos; sucios; traidores; usurpadores; vesánicos; …; …; y… zafios.       

¿Perro, a eso le llamas trabajo? ¿Cómo llegas, perro, a la perrera y ríes con los demás pulgosos? ¿Puedes, perro, ves a los ojos a tus cachorros, a tu acompañante y hacer como si nada? ¿Es posible para ti, perro, dormir en las noches? ¿Cómo puedes, perro, aguantar tu propio aroma, presencia y acciones?

Anda, perro, oye el silbo y corre despavorido a recibir tu croqueta de la mano del muy ¨maduro¨ cerdo orwelliano.

miércoles, 17 de julio de 2024

LA MALDICIÓN DE LA QUE DON SERAFÍN HUBO DE LIBRARSE

Por: MSSB


Sus manos quedaron tanto más gastadas que sus viejos y raídos pantalones de pana café que, en forma de ancha campana, tapaban los maltratados calzados que llevaba desatados. Taciturno, con la mirada como perdida, no solo por lo visco que ponía el alcohol a su ojo derecho, sino por la propia abstracción, don Serafín cavilaba, jadeante, sobre la golpiza que le propinó a su mujer y la barriga de su segunda hembra que ya empezaba a notársele. Y entre estas sesudas meditaciones se le fue toda la noche y gran parte de la madrugada, ahí, en el zaguán de la propiedad que le había heredado su padrino, un judío converso cristiano, de esos que además de las vejaciones, obligaba a su esposa a tener intimidad con las prendas puestas. Rememoraba este particular mientras la María lloraba y gemía en la pieza, a la par que limpiaba sus cardenales con un trapo empapado en sangre, mismo que tenía la función de dejar impecables las imágenes religiosas que abundaban en la alcoba y en la estancia. Gran finca era, de establo posesa era y de maldiciones también era.

Así pues, ha de explicarse lo que motivó a don Serafín a agredir brutalmente, una vez más, a la María. Dícese que distinguido varón, de pesada aguijada, gozaba, hace rato ya, de los favores de otra mujer ajena a la desposada en lícito casamiento. La segunda hembra, como cortésmente la llamaba Don Tarquino, íntimo compinche de Serafín, le devolvía la templanza del pellejo a las carnes y hacía que encuentre en sus muslos el vigor de la juventud pasada. El desliz no pareció agradarle a la María, quien, según Tarquino, fue la culpable de que la segunda hembra quedase embarazada.

-Así mismito le vi a la María, Serafín. Vile cuando vos fuistes adonde tu segunda hembra que ella dizque se iba al dique a remojarse. Pero ni se tocó el cuerpo, yo le vi hacer una mezcla de hierbas buenas y malas en una ollita de barro ya medio andrajosa. Luego después púsole a la olla una imagen de Santa Ana de cabeza y eso mandó corriente abajo. Yo le vi, Serafín.

Serafín, lejos de cuestionarse qué hacía Tarquino espiando a su mujer en el dique, automáticamente captó el socarrón mensaje que su amigo quería transmitirle: la María sabía de su aventurilla y le hizo brujería para que su mocita quedase preñada.  

-Pero calma, Serafín, que pa todo ay solución menos pa la muerte. Contábame mi finada mamaíta que cuando uno es víctima de brujería lo mejor, antes de ir a cualesquier curandera, es encarar al hechor de la maldad y darle una buena tunda, así que el hechizo ya no valga. 

Fue de este modo que, cuando la segunda hembra díjole a Serafín que estaba esperando un vástago suyo e hízole palpar la pequeña protuberancia de su vientre, no tuvo más remedio que aplicar la estrategia del bueno de Tarquino que en cosas del amor, el vicio y las supersticiones siempre llevaba la razón.

Una noche en la que el sol no quería caer, don Serafín, henchido en licor, convencido de la historia de Tarquino, llegó a su predio. Tumbó la puerta donde pernoctaba con María. Encontrole, como de costumbre, de rodillas rezando. De un tirón a su cabellera la puso en pie, la atestó de un sinnúmero de trompadas, manotadas, escupitajos y patadas que a la pobre apenas le quedaron fuerzas para respirar.

A la mañana siguiente de lo que se ha intentado narrar, don Serafín abandonó el zaguán con los primeros rayos de luz. Caminó meditabundo, dudoso si la paliza funcionaría o no. Asomose a la casita de adobe y techo de paja en la que residía la segunda hembra. Colocose tras una viga, afinó la vista y a través del destartalado ventanal vio las sábanas de su concubina, de la nada, tornarse carmesí, se hicieron de un fatal rojo fetal. Esto comprendía la evidencia irrefutable de que don Tarquino fue oportuno en los consejos brindados a don Serafín. Este, al presenciar el exitoso aborto, no hallo mejor dicha. Saltando sobre un solo pie, en gran seña de alegría, volvió a su casa. Entró al sitio en el que el azotamiento tuvo lugar. Allí yacía moribunda la María. Se le acercó, estrelló sus labios vehemente contra los de la molida y salió chiflando a contar las buenas nuevas a su íntimo compinche, quien lo había visto todo con burlona sonrisa.  


jueves, 4 de julio de 2024

NOSOTROS LOS INFAMADOS

Por: MSSB


Ven, llévanos a la hórrida noche de nuestra concepción

y detén, por misericordia, el espantoso acto disfrazado de amor

que nos engendra, aquí, a plasmar estas oprobiosas palabras.

O, en su defecto, extráenos del vientre, mejor antes, del miembro.

Desángranos aún no nacidos, desóllanos, así de pertenecer ahora

al Paraíso, ¡oh bendita promesa!

pues son querubines del Cielo los tiernos muertos.

 

Evita que recibamos la deshonra como bendición,

de suerte que no ruede por nuestros cuerpos la ignominia,

como nuestras lenguas por las líneas de las cuatro palmas

de aquella voluptuosa y concupiscente meretriz,

la de la habitación ocho del paupérrimo hostal,

quien perfumada en sudor transa su sagrado sexo

con sedientos de virtudes, pesquisidores de quimeras,

adoradores del ¨spleen¨ y declarados infamados.  

martes, 2 de julio de 2024

EL GOL DE ALBARRACÍN

Por: MSSB

-Aystá, aystá, aystá- mil y una onomatopeyas no podrían describir el acústico sonido de un palo de escoba cayendo estruendosamente, una y otra vez, a veces, sobre un destartalado techo de zinc, otras, sobre una gorda rata negra medio inconsciente que, esquiva, se debatía entre la vida y la muerte.

No fue hasta sendos golpazos después que Albarracín, ventrudo y mamarracho puberto de doce años, despegó los ojos y, meditabundo por la propia pereza mañanera, alcanzó a divisar a su padre y abuela fuera de casa -pues la ventana de su habitación daba a la calle- exasperados, repartiendo patadas y palo contra el lastre que tenía por invasor a un roedor de epítetos ya calcados. Muerta la rata, levantada la polvareda, cesó la bulla.

El olor a café pasado de a poco calaba en el inmundo ambiente hogareño y apenas disimulaba la pestilencia ocasionada por la escandalosa transpiración etílica del papá de Albarracín, quien la pretérita madrugada sufrió por parte de su padre, que llevaba muerto décadas, una suntuosa paliza. El occiso hubo de aparecérsele para reprenderlo por vicioso y despilfarrador. Tal delirante episodio dipsomaniaco atestiguó Albarracín. Vio a su padre entrar a lo que llamaban hogar entre tambaleos y sollozos, quejándose de los golpes que su progenitor muerto le propinaba; en determinado momento observolo caer y marcársele la seña de la beta en brazos y espalda, furibundos azotes que deshicieron cual torre de barajas la camisa que llevaba encima.

-Ya deja taitito, ya, ya, ay nomás- luego Albarracín avistó a su abuela ir al rescate de su padre. Eterno consuelo que halló este en las enaguas de su vieja, de rodillas imploraba su perdón y juraba por todos los santos que nunca en la vida bebería otra copa de licor. Ella sanaba los signos de la fusta con sus parsimoniosas palmadas que, aunque callosas, curaban el maltratado dorso.

Dicha escena mantenía a Albarracín totalmente pasmado, boquiabierto, como le decían sus compañeros de clase. Quizá lo perplejo que le resultaba el suceso lo distrajo tanto que ni pestañeó cuando, de camino al recreo, un anónimo empellón hacia abajo de sus pantalones lo dejó al descubierto. Él no se habría percatado de no ser por las chacharientas risas y su nuevo sobrenombre que sustituiría al de ¨boquiabierto¨: codorniz. Rojo y cabizbajo por la baja emoción de saberse desnudo ante todo su grado se ¨mal-subió¨ sus prendas, luego corrió a la cancha.

La pelota de trapo que difícilmente boteaba promulgaba un íntimo cariño por la zurda de Albarracín. Parecía que el muchacho se la llevaba con un imán por todo el fangoso terreno entre las piernas de sus contemporáneos. Marcó el primer tanto contra los del otro paralelo, anotación que la festejó a todo pulmón, lo hizo acreedor a infinitos, sudados y largos abrazos del resto de la plantilla. Ese gol lo fue todo. Ya no interesaba el particular drama de primera hora, ni su burlesco apodo, ni ninguna de todas las inanes ciencias que ¨aprendía¨ en un aciago salón de cuatro por cuatro. Ese gol lo fue todo, pese a que a la mañana siguiente otra rata treparía su techo, otras bebidas intoxicarían a su padre, otras befas se le harían, otro infeliz día claudicaría. Ese gol lo fue todo para nosotros los infamados.