martes, 2 de julio de 2024

EL GOL DE ALBARRACÍN

Por: MSSB

-Aystá, aystá, aystá- mil y una onomatopeyas no podrían describir el acústico sonido de un palo de escoba cayendo estruendosamente, una y otra vez, a veces, sobre un destartalado techo de zinc, otras, sobre una gorda rata negra medio inconsciente que, esquiva, se debatía entre la vida y la muerte.

No fue hasta sendos golpazos después que Albarracín, ventrudo y mamarracho puberto de doce años, despegó los ojos y, meditabundo por la propia pereza mañanera, alcanzó a divisar a su padre y abuela fuera de casa -pues la ventana de su habitación daba a la calle- exasperados, repartiendo patadas y palo contra el lastre que tenía por invasor a un roedor de epítetos ya calcados. Muerta la rata, levantada la polvareda, cesó la bulla.

El olor a café pasado de a poco calaba en el inmundo ambiente hogareño y apenas disimulaba la pestilencia ocasionada por la escandalosa transpiración etílica del papá de Albarracín, quien la pretérita madrugada sufrió por parte de su padre, que llevaba muerto décadas, una suntuosa paliza. El occiso hubo de aparecérsele para reprenderlo por vicioso y despilfarrador. Tal delirante episodio dipsomaniaco atestiguó Albarracín. Vio a su padre entrar a lo que llamaban hogar entre tambaleos y sollozos, quejándose de los golpes que su progenitor muerto le propinaba; en determinado momento observolo caer y marcársele la seña de la beta en brazos y espalda, furibundos azotes que deshicieron cual torre de barajas la camisa que llevaba encima.

-Ya deja taitito, ya, ya, ay nomás- luego Albarracín avistó a su abuela ir al rescate de su padre. Eterno consuelo que halló este en las enaguas de su vieja, de rodillas imploraba su perdón y juraba por todos los santos que nunca en la vida bebería otra copa de licor. Ella sanaba los signos de la fusta con sus parsimoniosas palmadas que, aunque callosas, curaban el maltratado dorso.

Dicha escena mantenía a Albarracín totalmente pasmado, boquiabierto, como le decían sus compañeros de clase. Quizá lo perplejo que le resultaba el suceso lo distrajo tanto que ni pestañeó cuando, de camino al recreo, un anónimo empellón hacia abajo de sus pantalones lo dejó al descubierto. Él no se habría percatado de no ser por las chacharientas risas y su nuevo sobrenombre que sustituiría al de ¨boquiabierto¨: codorniz. Rojo y cabizbajo por la baja emoción de saberse desnudo ante todo su grado se ¨mal-subió¨ sus prendas, luego corrió a la cancha.

La pelota de trapo que difícilmente boteaba promulgaba un íntimo cariño por la zurda de Albarracín. Parecía que el muchacho se la llevaba con un imán por todo el fangoso terreno entre las piernas de sus contemporáneos. Marcó el primer tanto contra los del otro paralelo, anotación que la festejó a todo pulmón, lo hizo acreedor a infinitos, sudados y largos abrazos del resto de la plantilla. Ese gol lo fue todo. Ya no interesaba el particular drama de primera hora, ni su burlesco apodo, ni ninguna de todas las inanes ciencias que ¨aprendía¨ en un aciago salón de cuatro por cuatro. Ese gol lo fue todo, pese a que a la mañana siguiente otra rata treparía su techo, otras bebidas intoxicarían a su padre, otras befas se le harían, otro infeliz día claudicaría. Ese gol lo fue todo para nosotros los infamados.  

1 comentario:

  1. Mateo admiro la fuerza de tu palabra, tu capacidad para contar historias y, sobre todo, la bondad de compartirlas, ten la certeza querido amigo que me siento bendecido por poder leerlas y, con ellas, también leer tu vida... Dios te pague

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